domingo, 16 de febrero de 2014

La antorcha federal dos siglos después

Por Mario Alarcón Muñiz  / El bicentenario de la batalla del Espinillo es buen motivo para preguntarnos dónde han sido enterradas la causa federal y las ideas de Artigas. No alcanza con vivar al caudillo y ponerle flores a su ilustre memoria. El próximo sábado se cumplirán 200 años de la primera batalla por el federalismo en nuestro país. Como consecuencia de ese episodio nació la autonomía entrerriana y fue adoptada la enseña de Artigas como bandera de Entre Ríos. La acción tuvo lugar sobre el arroyo Espinillo, 23 kilómetros al este de Paraná, el 22 de febrero de 1814. Los gauchos entrerrianos del coronel Eusebio Hereñú derrotaron allí a la fuerza invasora porteña al mando del barón de Holmberg. El director supremo Posadas, designado poco antes por la Asamblea General Constituyente, estaba empeñado en exterminar a Artigas. Por decreto lo declaró “infame, fuera de la ley y enemigo de la patria”, poniéndole precio a su cabeza y confiando al austríaco Holmberg, militar formado en Alemania, el sometimiento de Entre Ríos y la Banda Oriental al gobierno de Buenos Aires. En el arroyo Espinillo. Desde Santa Fe Holmberg cruzó el río, ocupó Paraná el 10 de febrero y avanzó hacia Concepción del Uruguay, pero la constante hostilidad de los entrerrianos le obligó a detenerse cerca de Rosario del Tala, en las costas del arroyo Obispo, emprendiendo el regreso a Paraná. Por su parte Artigas había dispuesto que Fernando Otorgués, uno de sus más estrechos colaboradores, operara en Concepción del Uruguay. Mientras tanto, el comandante de Nogoyá, Eusebio Hereñú, a quien Artigas le había encargado la misión de rechazar la invasión porteña, ocupó Paraná el 20 de febrero, proclamó la causa federal, creó la Federación Entrerriana, declaró la autonomía de este territorio y adoptó la bandera de Artigas como enseña de Entre Ríos. El repliegue de Holmberg fue interceptado por la fuerza entrerriana de Hereñú en el arroyo Espinillo. Los conocimientos estratégicos del militar austro-alemán de nada sirvieron frente a los lanceros entrerrianos. La fuerza porteña se dispersó, su jefe cayó prisionero y firmó una capitulación. Muy poco después, quizá ese mismo día, llegó al lugar la división oriental comandada por Andrés Latorre, con quien Holmberg firmó una segunda capitulación, según el historiador Urquiza Almandoz. El programa federal.  Tras la acción del Espinillo, se constituyó la Liga de los Pueblos Libres, integrada inicialmente por la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y Misiones con la posterior incorporación de Santa Fe y Córdoba, otorgándose a Artigas el titulo de Protector. Al año siguiente, el 29 de junio de 1815, el Congreso de Oriente, reunido en Concepción del Uruguay, fortaleció la alianza federal en torno de los principios de Artigas, ratificando las célebres Instrucciones que constituyen una clara definición política. Este es el centro de la cuestión: la nación que Artigas quería conformar con la participación de todas las Provincias Unidas de Sud América. Las Instrucciones habían sido presentadas en Buenos Aires por los diputados artiguistas ante la Asamblea General Constituyente en abril de 1813. El cuerpo rechazó a los diputados alegando cuestiones formales, pero el programa federal quedó en la historia, Consistía en declarar la independencia de manera inmediata y absoluta; establecer un gobierno central republicano y federal “que entenderá solamente en los negocios generales del estado”; crear y asegurar el funcionamiento de tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) independientes entre sí; reconocer la autonomía de las provincias para organizarse y elegir sus propias autoridades; asegurar la libertad e igualdad civil y religiosa y radicar el gobierno central fuera de Buenos Aires. A esa síntesis del ideario artiguista cabe añadir el reglamento agrario de 1815 que otorgaba tierras a “indios, negros, gauchos” y a todos los que quisieran trabajarlas, repartiendo terrenos fiscales y los usurpados por “malos europeos y peores americanos”. ¿Y el monolito? Nos aprestamos a conmemorar el bicentenario de aquellos acontecimientos. El acto central del sábado se realizará frente al monolito instalado hace tres años por el centro de estudios Junta Americana por los Pueblos Libres en el lugar de la batalla. Pero el monolito no está. Fue retirado la semana pasada a raíz de los movimientos de tierra para ampliar la ruta 18. Se supone que el gobierno ordenará su inmediato emplazamiento. De todos modos, lo importante pasa por entender que los discursos de los funcionarios; las disertaciones de supuestos historiadores y conferencistas muy bien remunerados, regalones del poder, que vienen de afuera a “enseñarnos” quién era Artigas o qué es el federalismo; las palmas y plaquetas recordatorias y las frecuentes invocaciones al Protector, son irrelevantes si no se actúa en consonancia con el ideario. Es bueno saberlo. Proclamarse artiguista y someterse al poder central; creer que el federalismo consiste en obedecer y aplaudir para conseguir plata de la Casa Rosada; consentir sin reclamos la coparticipación recortada (del 54,4 % de la ley al 26,1 % de la realidad el año pasado) y la quita ilegal del 15 % de esos fondos desde hace cinco años; aceptar que el gobierno nacional investigue las cuentas provinciales (acuerdo del 27 de diciembre último); todo esto plantea una contradicción muy seria que es menester señalar frente al bicentenario de la causa federal. Se comprende que ciertos políticos y funcionarios no estén muy enterados. Para un acto de reivindicación de Artigas, realizado el 10 de mayo de 2012 en Concepción del Uruguay, antes de viajar desde Paraná organismos específicos les alcanzaron una veintena de páginas fotocopiadas para que algunos tuvieran una idea del prócer oriental. Algo parecido sucedió tiempo después a propósito del Gaucho Rivero. Es bueno conocer de quién se está hablando. Por eso vale recordarles que Artigas es federalismo integral y profundo; es igualdad absoluta (“naide es más que naide”); es dignidad del pueblo; es “no dejarse arrear por falsas promesas”; es honestidad; es gobernar entre los humildes como lo hacía el Protector desde Purificación, en una choza, sentado sobre una cabeza de buey. Muchas cosas han cambiado en dos siglos. La antorcha federal sigue encendida. 
Artículo publicado en EL DIA, Gualeguaychú, 16 de febrero de 2014.

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